Cuentos del taller “cuentos y personajes” coordinado por sara montaño escobar

“Explorando el paraíso” de José Salomón (Ecuador)

Aún recuerdo el día en que las cosas se salieron por completo de su rutina. Mi cuerpo y mi psiquis me anunciaban que algo no andaba bien. Me sentía nervioso, algo apresurado y preocupado, además que mi mente estaba confusa. Pensaba en varias situaciones de las que sería protagonista directo o indirecto. Además, me sentía triste. De repente, comenzó a correr un viento frío, las nubes en el cielo anunciaban que se aproximaba un torrencial aguacero que, probablemente, inundaría las calles, plazas y hasta el río bramaría por el exceso de agua acumulada.

Traté de darle poca importancia a dicho fenómeno por lo que busqué ocupar mi atención en cosas más importantes. Opté por descansar en mi cama y ver programas de televisión, pero no tenía muchos deseos de hacerlo. Sin embargo, me quedé allí para descansar y tratar de dormir por un momento.

Después de pocos instantes, sentí que algo de fiebre abrasaba mi humanidad. Mi familia tomó el celular y llamó al médico de cabecera para solicitarle una receta urgente que aliviara mi salud. Cuando llegaron los medicamentos, me prepararon un agua deliciosa y tomé dos tabletas, una para que bajara la fiebre y otra para que desapareciera el frío que me envolvía.

Y como llegó la noche, me dejaron sólo en mi dormitorio. Al poco rato, inundado en el silencio, me había dormido profundamente. Al rato, extrañas alucinaciones me hicieron sentir sus efectos en mi turbada mente. Tuve un sorpresivo pero agradable encuentro con mis padres, que hace años se durmieron y partieron al más allá. Muy emocionado, comencé a dialogar con mi madre y enseguida escuché a mi padre. Los dos me recibieron jubilosos, entre profusos abrazos y besos interminables.

 Nunca, después de fallecidos había tenido la oportunidad de volver a verlos en mis sueños, a pesar que siempre tuve ese deseo. Quería estar con ellos, aunque sea por breves instantes, ya que me hacían bastante falta. En ese instante, comencé a revivir los mejores momentos de mi existencia porque volvieron para mimarme como a un bebé. Me abrazaban y felicitaban por los logros alcanzados con base a mis propios esfuerzos porque yo era su adoración. 

Me tomaban de las manos, una y otra vez, mientras un torrente de lágrimas se escapaba de los ojos marchitos de cada uno. Yo estaba asombrado. No sabía cómo se había producido aquel feliz encuentro, y deseaba que el mismo jamás terminara. Mi madre reía en forma repetida. Yo sentía que me amaba más que antes. Ella provechó un momento para darme algunos consejos. Mi padre, también me hacía bromas y juegos. Me felicitaba porque yo no había dejado de ser obediente y gracias a mi singular responsabilidad, había obtenido algunos logros. Decía que mi esfuerzo había contribuido para que sea feliz en la vida. 

Mis padres me recordaron que yo tenía nueve hermanos fallecidos a corta edad y que estarían a poca distancia de donde nos encontrábamos. Deseaban encontrarlos en ese lugar, para darles su santa bendición y pedir a Dios que nos continúe protegiendo a todos.

Dijeron que mis hermanos se encontraban en un paraíso. Que, por ser nueve ángeles, ellos se encontrarían sirviendo a Dios, en todos sus santos mandatos. Mis padres estuvieron de acuerdo en ir conmigo hacia su búsqueda porque yo no los recordaba.

Mi padre nos sugirió que fuéramos a un terminal y que allí nos embarcaríamos en una nave que va y viene del paraíso. Inmediatamente, caminamos hasta arribar a dicho lugar, y allí encontramos una pequeña nave que se asemejaba a un platillo volador.

Enseguida, se asomó el capitán de la nave y nos abrió las puertas. Era un espacio extremadamente puro y lleno de belleza. Se percibía el perfume de las flores más hermosas de jardines que jamás habíamos visto. Después, en breves segundos de haber tomado asiento dentro de la nave, los tres pasajeros nos dormimos profundamente. Al llegar al paraíso, el capitán se acercó a nosotros y nos despertó. 

Él nos dijo: – ¡Aquí es el paraíso! – “Éste es un escenario muy amplio, y si pierden su dirección, podrían extraviarse fácilmente”. Antes de alejarnos de la nave, mi madre le consultó al capitán: – “Aquí viven nuestros nueve hijos. ¿A quién, le podríamos consultar dónde están?” -El capitán dijo: ¡Vayan a esa estancia, allí está San Pedro! -Él es el único que sabe, cómo están distribuidos los huéspedes, según sus cualidades. 

Fuimos, y San Pedro nos dijo que pasáramos a otro apartamento. Allí, todo era blanco puro, nitidez, y dulzura reflejaban la pureza. Mis padres le compartieron nuestros propósitos y nos hizo pasar hacia un jardín repleto de flores de toda clase. 

Nos dijo que esperaríamos unos instantes. Al poco tiempo, una columna de niñas y niños; de uno, dos y tres años se acercaron pausadamente hacia nosotros. Todos los niños eran blancos, de ojos verdes y de cabellera como el sol. Y cuando nos reconocieron, se lanzaron vertiginosamente, hacia mi mamá, mi papá y yo. Nos dijeron sus nombres. Los varones trataban de ubicarse sobre las faldas de mi madre y las mujeres se apoyaban sobre las piernas de mi padre. Estábamos viviendo el momento más sublime de nuestras vidas. Todos trataban de acariciar las mejillas de nuestros padres y los brazos envolvían tiernamente sus cuellos. Los abrazos y besos no cesaban. 

A mí me pidieron que me quedara junto con ellos y me preguntaron de la existencia de mis dos últimos hermanos vivos. Deseaban hacer “el grupo de los ángeles” para recorrer todo el paraíso, unidos eternamente como una familia rebosante de amor. Mientras planeábamos vivir juntos, se apareció San Pedro, y dijo: “El tiempo de visita ha terminado” – ¡Después de poco tiempo estarán todos juntos!

En ese instante desperté y aquel hermoso sueño terminó. Después de un momento, reflexioné acerca de esta ilusión y las lágrimas escaparon vertiginosamente de mis ojos. Concluí que, era una hermosa fantasía que debía atesorar.  

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