Cuentos del taller “cuentos y personajes” coordinado por sara montaño escobar

“Telxínoe: La chica pez” de Consuelo Bowen (Chile) 

Telxínoe era una muchacha muy ególatra. Sus papás no lograban que superara la obsesión de mirarse todo el tiempo al espejo, maquillarse, peinarse y preocuparse de estar constantemente perfecta para la foto y para todas las redes sociales. Era una persona sumamente soberbia porque se creía la más bella de todo el pueblo. Además, tenía una peculiaridad: solo comía pescados. No le gustaban ni los moluscos, ni las vacas, ni los pollos. Creía que comiendo peces podría mantenerse eternamente bella y esbelta; lo había leído de por ahí, y de seguro de una no muy buena fuente. Sus padres le decían que no creyera todo lo que leía en Instagram, pero no había caso. 

A las otras chicas las miraba con desdén, se creía la sirena del lugar. En el fondo, era una insoportable. Sus pensamientos generalmente divagaban entre los pejes que había comido, los que iba a comer y las fotos que se iba a sacar haciéndolo. Su ansiedad era tan grande, que sus ojos ya parecían de pejerrey en veda. Su madre siempre le decía que para mentir y comer pescado había que tener mucho cuidado, pero ella no hacía caso; no le temía ni a la muerte. Su padre era cortador de cabezas en una pesquera, ningún salmón se salvaba de sus cuchillas. La madre, en cambio, trabajaba en una empresa de turismo que recorría la costa. Todos los días se enfrentaba a la mirada de diferentes tipos de aves y preparaba la embriaguez de los turistas de la embarcación. 

A la hora de la cena, los tres se reunían en la mesa, compartían el pan y varios pescados. Esa instancia era extraña porque Telxínoe se sentaba, bebía un jugo de manzana y luego se iba a su habitación a devorar los peces. Sus padres creían que tenía bulimia y que luego de comer vomitaba todo en el retrete, pero no era así. Lo que a ella le gustaba era justamente generar esa tensión en la mesa y ser verdaderamente el huevo del picnic.

Esa tarde, como siempre, cogió su pescado y se fue a la pieza. Se sentó en su cama y agarró el pez con la mano. Las escamas plateadas y la jugosa carne rosada se acercaban, la saliva viajaba por el interior de su boca, sus manos apretaban al animal, cuando de repente dos ojos saltones hincaron su mirada en ella. Se provocó un silencio infernal y luego un grito desmedido. El pez le estaba haciendo ojitos, pero no estaba coqueteando con ella… no, no, no, no, no. La estaba mirando profundamente y de repente le dijo: Hola, mucho gusto. ¡Ah! – gritó nuevamente-, y el pez voló por los aires. Se empezó a pellizcar la cara, fue al baño y se la mojó, no podía creer lo que estaba pasando. 

 Volvió a su habitación y el pescado aún estaba ahí, esta vez parado en su aleta caudal, es decir, en su cola. Se quedó mirándolo fijamente desde la esquina del cuarto, y él hacía lo mismo con ella. Comenzó a rodearlo, mientras se agarraba su larga y peinada cabellera, que a esta altura ya era una maraña de pelos. Enseguida, se sentó en su cama e intentó respirar lentamente para calmarse. Se acercó, lo agarró y lo agitó fuertemente, revisó el torso para corroborar que no tuviese pilas, y nada…no había absolutamente nada, solo escamas plateadas. Se sentó nuevamente y el pez le dijo: ¿Qué tanto me ves? La chica guardó silencio, estaba paralizada. Tienes cara de amargada, le dijo. ¡¿Ah?!, respondió desconcertada. Digo que tu cara refleja tus miedos, y tú comes peces porque tienes miedo de comerte la vida. ¡¿Eres un pescado y estás hablando?!

La muchacha tenía miedo, pero estaba muy intrigada, cómo es que los peces hablaban… Comenzó a dar vueltas por la habitación y, de repente, dijo: A ver, a ver, mis estúpidas compañeras aún juegan con muñecas e incluso he oído que algunas hablan con ellas, pero… No estaría tan seguro de eso de hablar con seres inanimados, dijo el pez. Yo, en cambio, estoy aquí, vivito y coleando. Tu padre no me alcanzó a cortar la cabeza, así que me vine caminando desde la salmonera. ¡Qué cosas dices! Un pez suicida, que habla y camina. Estás chiflado. A ver, si no me crees te llevaré a dar un paseo y así sabrás cómo transitan los peces. La chica lo agarró de la mano y salieron a caminar. Al principio fue incómodo, porque era muy extraño ver a una preadolescente caminando con un pez. A Telxínoe le daba un poco de vergüenza acompañar su belleza con un feo salmón cuasi devorado. 

 En fin, la cosa es que de tanto andar, llegaron hasta la orilla del mar. Conversaron de muchos temas, incluso se dijeron sus nombres. Me llamo Telxínoe, y yo Emilio. ¿Emilio? Qué chistoso nombre.

Me dicen Lillo. Mi padre me puso así por Emiliopo Ginoriniopolo Segrèriniopolo, un físico de La Fosa de Calipso, que se ganó el Oceanovelístico de física. Ah, ok. ¿Y acaso tienes padre? Pues, claro, ¿qué pensabas?, ¿que existía la cigüeña?, ¿y que traía peces y humanos? No seas pesado. El origen de mi nombre es complejo, tiene varias oceanoetimologías, pero me quedo con la marepalabra marelatinrránea ‘aemilius’, que significa rival. Yo creo que por eso te miré con cara inquisidora. A ver, a ver, ¿entonces digamos que eres algo así como un pez italiano?

Claro, mis padres son de las costas del mediterráneo. ¡Qué genial! Algún día quisiera ir a Europa. Ven a las Costas de Liguria, se come muy bien. ¿Y comes mucho? ¿Acaso eso no engorda tus escamas? La verdad es que como y disfruto de la vida. ¡Ah, qué suerte!, dijo ella, y se quedó un tanto pensativa. ¿Y tú?, le dijo Emilio. Yo, en cambio, como a escondidas. Y, ¿por qué a escondidas? Me alimento de lo único que mantiene mi belleza. Ya veo, ya veo – le dijo Lillo. ¿Ya ves qué? Aparte estás afuera del mar, pensé que ustedes morían apenas tocaban la tierra, increpó Telxínoe. Eso era antes, siglos de siglos atrás, cuando el ser humano aún no existía. Ah, entiendo. ¿Quisieras conocer dónde vivo? Pero, ¿cómo? No sé nadar y, aparte, si mojo mi pelo arruinaré mi peinado. ¿No lo entiendes?, le dijo la chica. 

Tú no entiendes nada, le contestó Emilio. Mira -metiéndose la mano entre medio de una escama derecha-, bebe esto y podremos viajar hasta donde vivo yo. ¡Cómo se te ocurre que voy a beber algo que no conozco y proveniente de un pez! Eh, bueno, tú te lo pierdes. Dicen que allá los corales cantan y que las algas hablan. Es un lugar súper chido, como diría mi hermano Axolote. ¿Qué es un axolote? Es un anfibio…. ¿Siempre eres tan ignorante? ¿¡Cómo me dijiste!?, ¿¡Ignorante!? Ya verás, dame eso. Telxínoe agarró la botellita y se la bebió entera. De repente empezó a sentirse muy mal, tenía ganas de vomitar. Dame agua, necesito pasar este mal sabor, me duele la barriga, quiero explotar, siento que mi corazón se acelera, ¿voy a morir? Ah, ¿vez que se siente cuando miras de frente a la muerte? Yo no estoy mirando a nadie -mientras bailaba de dolor en el suelo-, por favor, dame agua. 

Empezó a ver luces de colores amarillas, rojas, verdes, azules, y a escuchar la voz de Emilio co mo si ha bla ra muy len to y pro nun cian do to do muy e xa ge ra da men te. Lillo la agarró de una aleta y saltaron al mar. Se oyó plash y la ola se los comió. El pescador que estaba en la orilla no los vio más. Había estado observando la extraña situación, pero siguió pintando su bote con toda calma.

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