La literatura es un espacio de conflicto, un prisma poliédrico que refleja las coordenadas socioculturales del pasado y del presente. Un daguerrotipo que atrapa momentos, personas, historias, hechos que, sin ella, serían fugaces, invisibles, omisiones en el devenir del río de la vida. En el caso de Isabel Allende, la literatura siempre ha sido y es un lugar de denuncia y de lucha contra la injusticia. Así lo ha vuelto a demostrar con su última novela Violeta. Nos contaba la propia Isabel en la rueda de prensa internacional (España, Chile, Uruguay, Argentina EEUU, Colombia, México y Perú) ante 129 medios, el pasado día 24 de enero de 2022, que comenzó a escribir Violeta en enero de 2020, antes de la COVID-19, pero que la misma, le ofreció el marco temporal perfecto, un siglo, uniéndolo con la influenza española del 1918.

Confiesa que de su madre recibió la inspiración para Violeta. Su madre con la que intercambiaba cartas cada día y a la que adoraba; su madre era atrevida, bella, irónica, pero a diferencia de Violeta, no era independiente. No hay feminismo, reivindica, sin independencia económica. Violeta sí lo logra, tiene visión de futuro y la independencia y el amor son sus hojas de ruta.
La novela está impregnada de experiencias personales de la propia Isabel, el personaje de Miss Taylor nace de una institutriz que tuvo su madre, al igual que Teresa Rivas, inspirada en una amiga de la familia que convivía con otra mujer. Nadie pensó que eran lesbianas porque en aquella época, denuncia de nuevo, se pensaba que las mujeres eran menos sexuales y promiscuas que los hombres. Nadie hablaba de eso. El silencio como estigma.
La novela surge de forma espontánea (como La casa de los espíritus) y prácticamente, se escribe sola, sin anotaciones, sin mapa. Allende afirma que es una escritora de brújula; se deja llevar por las historia, por los personajes, por sus emociones, no sabe lo que va a pasar pero confía, tras cuarenta años escribiendo, en que la historia, la trama, llegará. Como en todo libro, siempre llegan las encrucijadas en las que hay que tomar decisiones y ser coherentes con las mismas, pero el Universo, la vida, se confabulan para enviarle exactamente lo que va necesitando su historia. El trabajo de iniciar un libro es como adentrarse con una vela en un lugar oscuro. Poco a poco se van iluminando los rincones y va apareciendo la historia, los personajes, la trama. Deja que la novela se vaya desarrollando de forma orgánica, sin un plan previo. El mejor momento, es cuando siente que Violeta se le escapa, quiere volar sola, si eso no pasa, significa que la novela no ha despegado todavía, no está lista, despega cuando pasan cosas que uno no espera.
Allende, firme defensora del feminismo ya desde los 80 y que cuenta con su propia fundación, crea personajes fuertes, que se empoderan, que luchan con uñas y dientes por su libertad, por su independencia como lo hace Violeta, la protagonista, a través de su viaje vital. Fuertes como Allende que nos relata con gran emoción en sus ojos, que de su hija Paula, en la novela, solo está la muerte de un personaje.
La interpelan en relación a la situación de la mujer hoy en día y sobre cómo inspirar a las nuevas generaciones. “Mucho se ha avanzado en este lado del mundo, contesta, pero no podemos hablar globalmente; todavía hay niñas de ocho años a quienes casan con hombres de cuarenta y cinco en matrimonios concertados, sometidas a la servidumbre doméstica, golpeadas, niñas y mujeres que son “carne de cañón” en las guerras, en la ocupación, en los campos de refugiados, prostíbulos, en las crisis económicas. Falta mucho por hacer todavía”. Es cierto que hay literatura infantil y juvenil en la que no hay héroes, sino heroínas, mujeres que no necesitan ser rescatadas, mujeres que se reconquistan así mismas. “Solas somos muy vulnerables, juntas invencibles”, concluye.
No teme la exposición, como le advertía su madre; “no lo cuentes todo, guarda algo para ti”. La escritora se expone en cada libro que escribe, de forma que solo se es vulnerable si se guardan secretos, no si los cuenta. Los secretos son el peligro, no la humanidad que conlleva el error y su confesión.
Isabel Allende, me contesta (no puedo evitar emocionarme ante ella), que no hubiera sido escritora si no hubiera sufrido el exilio, que seguiría siendo periodista. Una profesión que amaba porque la acercaba a la gente y la situaba en el mundo. Hacerse escritora fue la forma de seguir contando (denunciando), de volver a pisar tierra firme y poder mirar alrededor. Su hogar está donde está su familia, pero lleva a Chile bajo su piel, grabada a fuego. Un Chile “inventado”, porque no reconoce al Chile de hoy, se siente extranjera en un país que no identifica con el de su infancia. Vive de la nostalgia de ese Chile que ya no encuentra, por eso lo rescata en sus novelas. Aunque nunca cita el lugar en concreto, como hace en Violeta, para no cosificar la historia, y poder vertebrarla a su antojo y que pueda ser un lugar en cualquier parte.
Allende, que guarda otra novela en el cajón, vive feliz con su marido y sus dos perros en una casa pequeña en California, porque “cuando uno llega a viejo, quiere simplificar”. En su mesilla, reposa The winter soldier de Daniel Mason. Isabel, se confiesa una romántica empedernida. El amor es el motor de la vida, de sus novelas, de su mundo, de su Chile querido. Sin amor, no hay vida. Sin amor, no existiría Violeta.