Cumplir años nunca es poca cosa: refleja la supervivencia y el desarrollo.
Es indiscutible que el 2020 fue un año bisagra para estructurar una nueva forma de pensar el mundo, de narrarlo y de posibilitar nuevos espacios de encuentro. El COVID no solo puso en jaque cuestiones vinculadas a la emergencia sanitaria, la organización de los recursos con los que dispone cada país y las políticas diagramadas para afrontarlo, también dejó expuesta la cultura y los distintos medios que sortearon dificultades materiales y creativas para seguir adelante.
La virtualidad pasó a tener un rol protagónico e inevitable. Lo que antes era cara a cara: las lecturas, las librerías, los teatros, el cine, las muestras, los museos, quedaron suspendidos por un periodo de casi dos años. Y, además, resignificada en la red que propone la era digital. Muchos pensamos: ¡Enhorabuena, está internet! Pero esta situación nos obligó a diagramar nuevos formatos, miradas, potenciar protocolos, abandonar miedos y configurar formas originales de llegar al lector y a los espectadores, según corresponda.
Como poetas fuimos testigos de las distintas y diversas convocatorias que lanzaron las editoriales para retratar, si se quiere, el momento único que estábamos transitando. Las lecturas se mudaron a las distintas plataformas que las posibilitaban (vivos, Zoom, Google Meets, WhatsApp); los talleres, por su parte, hicieron lo mismo. Al inicio de la pandemia, estos fueron íntegramente virtuales lo que posibilitó que se derriben las fronteras geográficas. Mientras haya internet, el resto era posible. Internet, por su lado, si antes era primordial, ahora se tornó imprescindible.
Pasaron dos años de aquel momento bisagra que nos exigió reconstruir nuevos formatos y dispositivos de gestión para llevar a cabo lo que nos gusta hacer. A su vez, fuimos testigos de que Internet no remplaza el encuentro en vivo y en directo: una charla, sus gestos, la posibilidad de intercambiar con el otro.
En este contexto, la propuesta de La Ninfa Eco como proyecto que integra, no solo diversas voces de distintos escritores de todo el mundo, sino también y no menos importante: sus perspectivas, su experiencia y su sensibilidad.
La Ninfa Eco como iniciativa, como punto de encuentro, como refugio de la palabra y su belleza.
La gestión en pandemia acarrea nuevos desafíos que, en equipo, supimos resolver. Perseveramos en esta necesidad de mostrar, de construir, de forjar en un mundo hostil la conciencia del lenguaje literario. Poetas, narradores y gestores alrededor de “un fogón” que es abrigo y es guarida.
Preservar la identidad de cada uno, tanto con su lenguaje como con su geografía, fue un mérito de quien lidera este proyecto y a quien todos estamos agradecidos. Un líder es realmente tal, cuando impulsa y permite la capacidad y los talentos individuales, posibilitando un desarrollo armonioso integral. Tarea nada sencilla que Gaby Sambuccetti, enarbolada de compromiso, pasión e insistencia, lleva adelante amorosamente.
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein. Expandir la palabra y la experiencia poética hace que nuestro mundo sea más amable, ya que podemos tener más herramientas para reflexionarlo y enfrentarlo.
Sostenerse en un ambiente de camaradería y confianza es un lujo que nos damos en La Ninfa Eco.
No es solo un aniversario más. Es un acontecimiento que evidenció nuestra unión y nuestra amistad. El gran y necesario sentimiento de que lo colectivo es posible y es un camino hermoso.
Feliz cumpleaños La Ninfa Eco. Dos años que nos siguen sorprendiendo y enseñando.
Gracias por la resistencia, por el aguante, por el criterio, por iluminar siempre la dirección.
Por ser una experiencia colectiva increíble. Ser brújula.
Escritores de todo el mundo en un solo lugar, no es eslogan: es bandera.