Traducción de Diego Estévez

III
El petirrojo y el pichón dividían
los cuadros de espacio en el patio.
El alimento son los manteles revueltos,
el aire alacena y todas aquellas briznas
que vuelan, mientras un tufo desde el sur
me recuerda la calle de los desperdicios,
su almacenaje en costales,
incubados, producidos, jamás procesados.
Desde el mar, después, la brisa llega tenue,
en el rostro la caricia se transforma,
desde atrás, fastidioso, golpeaba
el lebeche y el respirar, que se torna
infecto, ahora podía devolver
el lejano mensaje de la cañería
que, silente y grávida, vomita en el mar.
IV
Al final de una época el recuerdo
parece casi renovar los aromas.
Quizá despertándolos de un sueño, entonces,
devuelvo las escenas suscitadas.
Escuchaba hablar de Franco, en Sicilia
el Tirreno era el mar de la infancia,
no conocía Ustica, España,
sin embargo, me causaba alegría, esos Mundiales,
desprecio la palabra dictadura.
La TV de los años Ochenta intentó
robarnos la memoria, logrando
borrar velozmente
cualquier asidero, distanciando en un limbo
de bienestar a las generaciones.
Frutos en racimo, carretadas
desbordantes, los individuos en el fondo,
ocupados todos, entre burbujas, en soñar
su propio mundo. Hacía mucho sol,
esperábamos las vacaciones de verano,
captábamos las señales apocalípticas
aunque sin encontrarnos jamás en ellas,
acaso como un recuerdo ya acaecido,
después cada quien escapaba y en la huida
cada átomo era una declaración.
El aire infinitesimal entonces
infectado se mezclaba con el aliento
vegetal.
Así saltábamos al fango
cual si fuese un recinto
agujereado, pero en el agua,
sin saberlo, aprendíamos el nuevo
nado; la alergia se ahoga al contacto
en el deseo.
Jugábamos de ese modo
al escondite entre la hierba y el olor
acre del sudor a esa edad
se unía a la tierra, por no mencionar
al mar de los canales montañosos,
más allá de aquella charca, en el terreno
en que encontraba gusanos en los bolsillos
mas no las manos. Luego los muñecos
para desafiar a los compañeros, los dibujos
para aprender del amor y del deporte,
mientras el juego era ya un estruendo,
la masa retumbante, global
aperitivo. El olfato caía con los muros.
Gianluca D’Andrea es un importante autor en el horizonte de la poesía contemporánea italiana. Es siciliano, de Messina, pero se desempeña como académico en Treviglio. Entre sus publicaciones destacan las siguientes: Il laboratorio (Lietocolle, 2004), Chiusure (Manni, 2008), Transito all’ombra (Marcos y Marcos, 2016) y Forme del tempo (Arcipelago Itaca, 2019). En Postille (tempi, luoghi e modi del contatto), publicado por L’arcolaio en 2017, recoge opiniones de poesía moderna y contemporánea. Su obra poética, asimismo, ha merecido la atención de importantes escritores como Fabio Pusterla y Guido Mazzoni. Sus poemas se incluyen en diversas antologías y están traducidos a varios idiomas. En la editorial L’arcolaio dirige la colección de poesía Φ (fi). Es redactor en la revista Nuova Ciminiera y colabora con el diario cultural l’EstroVerso. Presentamos aquí dos poemas, traducidos al español, del libro Transito all’ombra.