JRV: En Fiebre de carnaval (2022) la figura del baile es la columna vertebral del texto. Esto me llama la atención porque es algo que vienes explorando desde Sovoz (2016), Canciones desde el fin del mundo (2018; 2020; 2021) y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (2021). El baile no solo como diversión o movimiento, sino como una posible curación, como cuando Ainhoa narra que el ñaño Jota está a punto de morir. Entonces, veo estos emparejamientos: vida, muerte, diversión, curación…
YOR: No es que ñaño Jota bailaba cuando estaba enfermo, sino que Ainhoa, el personaje principal, entiende que ñaño Jota le había dado el don del baile para superar los momentos difíciles. Desde hace unos cuatro años he investigado sobre el baile y la danza en la diáspora negra en América Latina y el Caribe. El baile y la música siempre han sido espacios importantes de reivindicación. En la segunda reforma a la esclavitud, se redactó un estatuto en el que se obligaba a los esclavizadores, los amos, a que tuvieran un espacio para que la gente bailara e hiciera música. Esa era la única forma de que continuarán trabajando. En ese estatuto de 1784 se habla mucho del bienestar del esclavo porque era importante seguir extrayendo toda su fuerza de trabajo. Este proceso aún se sigue viviendo en la “poscolonia” en la cual vivimos. Ahora hay espacios “de tolerancia”, término usado por las entidades regularizadoras del espacio público como los municipios. Estos son espacios y momentos en los que se tolera la “otredad”. Es imposible que la existencia del baile sea prolongada, por eso debe tener tiempos, fechas, ciertos días libres. Los días libres de los esclavizados eran los domingos y el estatuto daba la potestad de casarse, de tener animales para criar, y, además, de bailar. El fin, obviamente, era seguir extrayendo la fuerza de trabajo. Yo siempre me había dado cuenta –y esto lo dice Kamau Braithwaite– de que hay cosas que uno entiende que pasan, pero no tiene las palabras para nombrarlo. Por eso hice todas estas investigaciones sobre la danza, la música y la religiosidad de los territorios negros. Siempre vi una doble vertiente entre el baile y el disfrute. Había fiesta, gozadera, pero también había un llanto porque las fiestas se daban los domingos, el único día libre, porque los obreros trabajan el sábado. Y eso viene desde la colonia. En Esmeraldas, las fiestas se hacen los domingos y duran hasta el amanecer. En lo festivo hay felicidad, alegría, goce, pero está una parte dolorosa, alienada y violenta. Me llama mucho la atención cómo confluye lo festivo con el acontecimiento trágico. El carnaval es la fiesta donde se condensan mejor ambas vertientes. El carnaval siempre se anticipaba: es en febrero, pero se festejaba desde diciembre. Hay muchas cosas en torno al carnaval y siempre hay muchos problemas en el carnaval. Yo siempre fui una persona que espectaba. Mi familia no tiene un vínculo tan fuerte con las fiestas. Mi papá sí lo tiene, pero mi mamá no sabe bailar. Mis tías han estudiado cosas como ingenierías y el baile no es tan importante para ellas, pero para mí sí lo era. Siempre me ha llamado la atención como el baile en las comunidades oprimidas tiene esta doble problemática heredada. Hasta lo que parece que es nuestro podría haber sido heredado de otros. No todo, pero sí muchas cosas. Entonces, yo quiero problematizar las identidades esclavizadas en la contemporaneidad poscolonial. Ese es el desmontaje de lo que Ainhoa ve y piensa cuando presencia el baile, y la experiencia traumática de la muerte del ñaño Jota.

JRV: Cuando se habla de lo carnavalesco, se habla del desenfreno, la arrechera (palabra que usas mucho en tu novela), lo violento, la animalidad… El título de tu libro contiene la otra palabra clave, fiebre, que es la enfermedad, la otredad, lo raro, la locura. Para redondear esto que me contabas, la parte carnavalesca está dada por cómo se ve a sí misma la comunidad negra, pero también por cómo es vista. Es decir, por la forma en que los ciudadanos negros de Esmeraldas se dan cuenta que son vistos desde afuera.
YOR: A mí me gusta mucho la idea del carnaval porque es la fiesta de Baco, de Dionisio. Siempre me han gustado la figura de las ménades, estas mujeres locas del rito de Baco. En el Esmeraldas de Ainhoa hay una presencia muy fuerte de las mujeres, pero la provincia es así en la vida real. Esmeraldas es la provincia con mayor número de organizaciones sociales civiles lideradas por mujeres, aunque no necesariamente sean organizaciones feministas: organizaciones de campesinas, de concheras, de pescadoras, etc. Esto no es azaroso porque mi experiencia en Esmeraldas ha sido así.

JRV: Hay un fragmento de la novela en el que se describe una cena, en la cual Ainhoa tiene a un grupo de mujeres mayores que ella (las “ñañas”) mirándola, pero también está la mirada de mami Nela y, por sobre todas ellas, la fotografía de mama Doma. Lo cito:
La sala de la mami Nela son los ojos de la mama Doma, la mujer que pario a la mami Nela, es decir, la mujer que nos parió a todas. Esos ojos sobre los muebles, la mesa de centro llena de elefante negros y brillantes que atraen la suerte. (…) La mirada de una diosa negra, negrísima, sobre todas las cosas.

JRV: Traigo esto para preguntarte acerca de la organización jerárquica mujeres en el Esmeraldas de Ainhoa. ¿Sería un matriarcado?
YOR: Sí, pero no me gusta utilizar la palabra matriarcado porque no la entiendo bien, se me hace rara. Prefiero usar el término mujerista, que es un concepto de Alice Walker. Ella trabaja ese concepto en El color púrpura. No lo había pensado así, pero, ahora que me lo preguntas, ese libro me influyó bastante. Muchísimo. El Esmeraldas de Ainhoa es un espacio mujerista y no un matriarcado porque no todas las mujeres de la novela están hermandas o trabajando por mama Doma. Hay varias mujeres en la novela que necesitan la aprobación masculina, como es el caso de mami Nela, la abuela. Ella quiere tener la aprobación de su pareja, que es una persona muy problemática, y lo recibe bien y lo atiende, no importa en qué condiciones él regresa a la casa. Para mí, el carnaval, la fiesta, los ritos, todo eso se sostiene en las mujeres. Los peinados son hechos por las mujeres, la comida –aunque no siempre– es hecha por las mujeres. En mi experiencia personal, yo he visto a cientos de mujeres haciendo comidas rarísimas para el carnaval. El carnaval, además, es el espacio donde las mujeres se liberaban. Ahora ya es más común, pero antes las mujeres no podían ir entrenzadas a trabajar porque no estaba bien visto. La trenza era visto como algo raro, demasiado africano. En carnaval podías hacerlo, en carnaval podías llevar muchos colores en tu peinado, podías ponerte conchas en el cabello. Todas estas cosas son perseguidas en las sociedades blanco-centradas, por eso me interesa este universo de las ñañas, donde todas las mujeres hacemos un montón de cosas, como las ménades de Baco.

JRV: Me interesa esto de las ñañas. En la novela tú usas la palabra “ñañerío”. Todas son ñañas, aunque no siempre sean hermanas; pueden ser primas o tías…
YOR: Sí, eso es algo más autobiográfico porque en mi familia nadie se dice prima, tía o abuela, todas nos decimos “ñaña”. Esto me ayudó a tejer una relación horizontal con las personas adultas. El ñañerío me permitió contar cosas que no se suele contar a tu madre o tus tías. Yo tenía amigas en la adolescencia que no le contaban cosas a su madre o tías que para mí eran básicas. Como todas en mi casa éramos ñañas, yo podía llamar a una de mis ñañas y contarle cosas difíciles como, por ejemplo, que me tuve que tomar la pastilla del día después. Mis amigas no les contaban eso a sus tías. Las mujeres en Fiebre de carnaval son jóvenes, entonces, su espacio es el de las cuidadoras y nadie les ha preguntado si lo querían hacer. Ellas deben cuidar porque están obligadas a eso, pero ellas subvierten la situación para no sentirse que están perdiendo la juventud. Son ñañas para aminorar esa carga. 

JRV: Además de las ñañas, que en su mayoría son adolescentes o adultas jóvenes, tienes varios personajes masculinos que, más bien, juegan un rol machista: golpean a sus hijas, sobrinas, nietas, se desapareen de la casa, siempre están borrachos…
YOR: Por ejemplo, el padre de Ainhoa no es violento porque no la golpea, pero sí es violento porque es alcohólico. El alcoholismo es una forma de violencia que no se suele considerar violencia, aunque sí la es. Yo quería trabajar más formas de violencia, unas que no fueran tan evidentes. bell hooks dice que es más fácil que alguien defienda a una mujer que está siendo abusada que a un niño porque quien abusa del niño es su madre y ella sabrá que hace con su niño, así como su papá sabrá que hace con el suyo. Yo pensé mucho en esto cuando trabajé como mediadora de lectura en una casa hogar. Las historias que escuché ahí eran muy intensas, por eso me di cuenta de que los padres en Ecuador pueden hacer y deshacer las infancias. Siento que en Esmeraldas la etimología de la palabra infante cobra más sentido, es decir, aquel que no tiene voz. Pensé en esto durante la escritura de la novela porque la voz de Ainhoa es la voz de una niña, pero es una voz liberadora con la que yo no podría reconocerme del todo. Por eso me encanta: ella es divertida, loca, deslenguada. 

JRV: Eso de ser deslenguada es una característica muy particular de Ainhoa. Es una niña que no se anda con rodeos o eufemismos. En la novela, las mujeres mayores le dicen a Ainhoa que las niñas tienen que comportarse y no ser malhabladas, pero Ainhoa es bocona, chismosa, siempre escucha lo que no debe, comprende las cosas, y con eso rompe esa creencia de que los niños son tontos o que no entienden el mundo…
YOR:Ainhoa muchas veces entiende lo que pasa, aunque no lo diga. Por ejemplo, la relación con su padre. Ella sabe que su papá intenta ser un buen padre, pero no lo logra, por eso es un papa inflable. Ainhoa lo entiende, trata de relajarse y comprender lo que él puede llegar a ser. Hay una doble vertiente porque es una niña inteligente, pero no sabe nombrar muchas cosas porque le faltan palabras, la experiencia, los años. 

JRV: Desde Sovoz, Canciones…, Cuadernos…, y ahora en Fiebre de Carnaval, has puesto en el mapa literario del país a Limones y a la isla de los Ruano. Escribes sobre este espacio, rescatas esas voces, esas historias, esos conflictos de la zona noroccidental de Ecuador y su frontera con Colombia (como la migración colombo-ecuatoriana, ecuatoriano-colombiana) que no ha sido tan trabajada en la literatura de nuestro país. Problematizas y reformulas estos espacios que la tradición ha ignorado. ¿Cómo reconfiguras a Limones como espacio físico y literario dentro de tu obra?
YOR: Las migraciones dentro de un país no son pequeñas ni rápidas. En el tiempo en el que mi familia migró, ir de Limones a Esmeraldas era casi un día de viaje porque las carreteras eran malas, más el traslado en las lanchas. La gente lo tiene tan normalizado que no lo ve como una migración, ni siquiera se nombra esa palabra en estos casos. La primera vez que volví a Limones tenía unos diez años y sentía algo que no sabía como expresar. De adulta leí a Kamau Bratihwaite, un filósofo de Barbados, y él trae el concepto del banzo, que es como un mareo que les daba a las personas esclavizadas cuando llegaban a América. Es un poco complicado de explicar, pero se puede traducir como mareo, extrañar la tierra de donde vienes, o como una enfermedad de tu lugar de nacimiento. Yo sentía algo así, pero en ese momento no tenía las palabras para explicarlo. Cuando era niña, vivía en una calle principal de Esmeraldas, había muchos carros y no se podía correr ni jugar porque Esmeraldas tenía las problemáticas de la ciudad. Limones no era así y yo la pasaba súper bien cuando iba para allá. Luego, me enteré de todos los problemas con el narco, la violencia y el peligro. Además, la música que llegaba a Limones era increíble y por eso yo siempre he tenido un vínculo muy intenso con la música. Limones está muy cerca de Colombia y Panamá. Esas son cosas que no nos dicen, pero, si una se pone a navegar, se da cuenta de que el mundo podría ser más pequeño. Por eso no nos dejan navegar, solo los piratas y los narcos pueden navegar. Ahí me interesa no silenciar esa historia de la migración porque mi familia materna también es colombiana. Esto es algo de lo que no se hablaba mucho porque los colombianos han tenido mala fama en el norte de Esmeraldas, pero en los 90’ llegaron muchos migrantes a la isla de los Ruano. La gente en la zona los veía como gente peligrosa. Tú, como muchacha, no tenías vínculos con los colombianos porque era mal visto. Cuando la gente llegaba no se hablaba de su pasado, no decían que eran colombianos. 

JRV: Intentaban cambiar el acento, incluso…
YOR: Sí, aunque mi abuelo nunca pudo cambiar el acento porque le fue imposible. Ahora mi mamá ya dice que tiene familia de Colombia más tranquilamente. El apellido Ruano tiene mala fama en el norte de Esmeraldas porque habían sido personas horribles, muy groseras y violentas. El tema Ruano es complejo en el norte. Una vez que estuve en un coloquio en Esmeraldas, un historiador me dijo: “¿Eres Ruano? Qué miedo”, y yo le respondí: “Señor, no tengo idea de qué me está hablando”. Luego, le pregunté a mi madre y ella me comentó algunas cosas densas. A mí me interesa rescatar esa memoria porque es una memoria muy rica. Hace poco salió en Vistazo un documental que se llama Paraísos Perdidos y ahí aparecieron Canchimalero y Limones. La isla de los Ruano no salió porque eso es algo más privado, pero los otros dos espacios sí salieron. Son lugares hermosos, pero el tema del narco es muy real, y ese es el único momento en que estas islas son visibles. Yo tengo una obra de teatro por ahí donde trabajo pensando en que Limones, la isla de los Ruano y Canchimalero son Antilias, aquel mito griego de la isla que aparecía y desaparecía. Estos tres sitios para mí son eso, solo aparecen cuando hay malas noticias. Tengo una recopilación de historias y una de ellas trata sobre un sumergible artesanal para llevar droga que se encontró en la isla de los Ruano. En esas noticias sí aparece, pero tú buscas en el mapa oficial de Ecuador y solo salen las Galápagos. Es contradictorio ver cómo se nombra un espacio solo cuando existen problemas o amenazas, pero no se la nombra en el mapa, no se le asigna recursos. Eso es muy heavy. Cuando hay problemas en esa zona, las noticias salen en el canal Caracol de Colombia. Cuando unos tíos desaparecieron, tuvimos que seguir las noticias en Caracol Colombia porque en Ecuador no salió nada.

JRV: En tu novela, en cuanto a la parte musical, hay mucha influencia de esos dos países: Colombia y Panamá. Supongo que había un tipo de música que sí llegaba a esa zona, pero no a otras regiones del país. Alguna vez oí que Ecuador, a pesar de no estar ubicado del lado Atlántico, es el último resquicio del Caribe. Pienso en Esmeraldas como uno de esos últimos puntos, precisamente, por la cercanía con Colombia y Panamá…  
YOR: Claro, siempre ha habido mucha cercanía con ellos. Compartimos la alimentación, la música, y muchas cosas más. Mirándolo desde el punto de vista de la diáspora, hay muchos intentos por recrear esos espacios –aunque no siempre, porque con la globalización es más difícil–. Pienso en las migraciones ecuatorianas por el mundo. Tú entras en una cevichería ecuatoriana en cualquier otro país y lo que vas a encontrar dentro del local son los escudos de Barcelona y/o Emelec. De alguna manera, la gente negra recrea África y estos sus últimos vestigios porque se van borrando, se van hibridando, una cultura se va comiendo a la otra. Hay muchas cosas que ya se han perdido, pero siempre quedan vestigios. Si uno investiga esas pequeñas señales que quedan de las religiones o las prácticas, se da cuenta de que se parecen un montón en varias partes del mundo donde hay asentamientos negros importantes. 

JRV: Pienso, por ejemplo, en la santería porque está muy presente en varios países de Latinoamérica…
YOR: Claro, la santería ya es el sincretismo con la religión yoruba. En Brasil debe haber unos 50 ó 60 nombres para nombrar esa religión yoruba. Es una religión muy antigua, mucho más antigua que la tradición judeo-cristiana. Esto se repite en varias regiones negras de América Latina. A mí me parece muy importante Limones, Canchimalero, y la Tolita de los Ruano, no solo porque yo soy de ahí, sino porque son territorios muy ricos en cultura. Paradójicamente, los extranjeros se interesan full por esos sitios. En las celebraciones de San Martín de Porres, se veía un montón de gringas y gringos; una tracalada de gente de otros lados. En 2019, que fue la última vez que fui a Limones para las fiestas de San Martín, vi a mucha gente de Ecuador, a pesar de que siempre hay muchas noticias violentas sobre esos lugares. En el 2018 mataron a tres periodistas de El Comercio muy cerca de esa zona ¿Te acuerdas? Yo no puedo idealizar ese lugar, solo tengo que ver lo que sucede en la vida real. Es un sitio peligroso donde pasan cosas densas. Yo voy porque mi familia vive allá y me siento segura, pero jamás podría hacer un reportaje –como el de Vistazo– donde yo llamase a ese lugar un paraíso perdido. ¿Paraíso? ¿Para quién? Es un paraíso porque hay muchas cosas hermosas, pero también, cualquier día, pueden desaparecerte. Hay muchísimas problemáticas que no se pueden idealizar. Además, toma en cuenta el abandono estatal. Si fuera un paraíso, como dice Vistazo, la gente no migraría, la gente no saldría de ahí. 

JRV: ¿Consideras que tu novela es autobiográfica o una auto-ficción?
YOR: No. Es una compilación de muchas historias que me han contado amigas y amigos esmeraldeños, condensados en el cuerpo de Ainhoa. Aunque sí tiene algunas cosas que me parecían interesantes de mi propia biografía: el tema de las islas y el ñañerío. Lo demás, para nada. Rita existe y es un personaje esmeraldeño que siempre me ha llamado la atención. Sabrosura también existe y es un personaje maravilloso. Mucha gente que ha leído la novela me ha dicho: “Oye, yo me había olvidado de esa vendedora de dulces”. Sabrosura nos marcó a todos. Nos dejaba con la boca abierta porque era una mujer muy bella que vendía unos dulces riquísimos. Siempre andaba caminando descalza, vestida de blanco y con una carreta. ¡Y yo no entendía cómo es que era tan guapa!

JRV: Ya para ir cerrando, quiero preguntarte algo más que topas en tu novela respecto al tema del cabello afro y las trenzas. El cabello negro, estos cortes de pelo racializados, siempre han sido mal vistos en el país por el racismo imperante que hay en Ecuador… 
YOR: Ecuador es uno de los países donde menos se reconocen los aportes hechos por la comunidad afro. El Brasil nadie va a negar que el acarajé es negro, que Yemayá es negro. Aquí en Ecuador se habla mucho del “Todos somos Ecuador”, pero hay un problema en la idea del “todos somos” porque, en realidad, más que unificarnos, lo que hace es borrar un montón de cosas. O hay esta otra frase: “Todos tenemos de inga y de mandinga”. Sí, eso es verdad, pero hay gente que está ahí: el cuerpo negro y el cuerpo indígena. Lo indígena se acepta un poco más, pero siempre desde el infantilismo. Y eso también es problemático. Yo siento que lo negro es visto como una amenaza y en ciudades como Guayaquil, aún más. En esa ciudad, la gente negra está arrinconada, apalencada, en las afueras de la ciudad. Tú ves muy poca gente negra en el casco urbano de la ciudad y esa es una herencia de la división colonial del trabajo. El cabello negro pasa a ser un estilo, un corte de pelo. Shaskya Hurtado, una escritora jovencita, dice que “el cabello negro, el cabello afro, siempre se ve como un problema a resolver”. Eso me encantó. Tener el cabello afro siempre genera una pregunta: “¿Qué vamos a hacer con ese pelo que tienes?”. Cuando era niña siempre me decían “Yuli, ¡y ahora quién te peina si tienes tanto pelo, nadie te puede peinar!”. Es muy importante pensar en esto porque es un acto de reclamar el cabello. Esto es muy fácil para quien tiene el cabello lacio, pero para las personas afro es una apuesta política, un riesgo, dentro de los espacios públicos de Ecuador; incluso, de Esmeraldas, porque también es colonial. Jhon Anton, un filósofo colombo-afro, dice que en Esmeraldas hay una mulato-cracia. Si eres una persona negra con rasgos más blancos, puedes “pasar” como alguien menos negro. Y esto está súper fuerte. Eso pasa en Esmeraldas. Esta niña, Ainhoa, no lo designa porque le faltan las palabras para hacerlo, pero te lo muestra y tú, como espectador, lo puedes ver. En un principio, yo la pensé como una obra de teatro y danza. De alguna manera, eso fue lo que intenté hacer. De hecho, Rita Indiana me dijo cuando revisó mi primer borrador: “Está increíble, pero bájale un poquito al performance y ponte a narrar”. 


Yuliana Ortiz–Ruano (Esmeraldas, Ecuador, 1992) es Licenciada en Literatura con mención en Artes y Escritura. Ha publicado Canciones desde el fin del mundo (Libero Editorial, Madrid, 2021) y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Ediciones Libros del Cardo, Valparaíso, 2021 – Recodo Press, Quito, 2021 – Amauta & Yaguar, Buenos Aires, 2022). Y la novela Fiebre de carnaval (La Navaja Suiza, Madrid, 2022 y Recodo Press, Quito, 2022). Seleccionada en el Traslator Choice II del Festival de Literatura Latinoamericana LATINALE, organizado por el Instituto Cervantes de Berlín.

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Juan Romero Vinueza (Quito, Ecuador, 1994) B.A. en Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Ecuador). M.A. en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (México). Co-editor de Cráneo de Pangea. Ha colaborado con las revistas: POESÍA de la Universidad de Carabobo (Venezuela), Jámpster (Chile), Transtierros (Perú), La Presa (EE. UU. – México), Elipsis (Ecuador) y La Ninfa Eco (Reino Unido). Ha publicado en poesía: Revólver Escorpión (La Caída, Ecuador, 2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (Turbina, Ecuador, 2018; Ed. Liliputienses, España, 2020; Mantra, México, 2020) y Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (Ed. Liliputienses, España, 2019; La Caída, Ecuador, 2021), que obtuvo la Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade 2019. La primera antología de su obra es Ínfimo territorio kamikaze (Municipalidad de Lima, Perú, 2021). Compiló, con Abril Altamirano, Despertar de la hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (La Caída, Ecuador, 2017), obra ganadora del incentivo de los Fondos Concursables 2016-2017, organizados por el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Compiló y tradujo, con Kimrey Anna Batts, País Cassava / Casabe Lands (La Caída, Ecuador, 2017). Fue uno de los ganadores del Certamen de Ensayo Luis Alberto Arellano y su texto forma parte de Erradumbre (Mantis, México, 2021). Resultó ganador de la Convocatoria Editorial 2021 del Municipio de Cuenca en la categoría de Poesía con su poemario lírica fracturada para traductores tristes.