Actualmente, hemos visto que las escrituras en relación a la violencia de género han tomado gran relevancia en el ámbito de la literatura y escritoras como Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Ariana Harcwiz, entre otras, son referentes actuales de estas escrituras, además de contar con respuestas favorables de la crítica y el público en general ¿a qué crees que se deba este auge y esta respuesta positiva a nivel general?
A ciencia cierta no sabría indicar a qué se debe este auge. Está claro que desde el 2018 y 2019, cuando se viralizó el movimiento MeToo, la marea verde y el NiUnaMenos las mujeres estamos menos dispuestas a ser silenciadas u omitidas. En la mayor parte de carreras humanísticas y de ciencias sociales, la mayor parte del estudiantado son mujeres, lo que me haría suponer que están demandando más materiales; sin embargo, esta mayoría femenina ya se veía cuando yo estudiaba y la currícula estaba claramente enfocada a lo que hacen o hicieron los hombres. También influirá que tenemos formas de nombrar estos fenómenos, que la necesidad de hacer público lo privado se tradujo en un reconocimiento de los problemas que vivían de las mujeres y su nombre; desde feminicidio hasta el techo de cristal o el suelo pegajoso. Pienso en el Boom Latinoamericano en el que las mujeres ya denunciaban distintas formas de violencia de género, pero las editoriales prefirieron promover a los escritores en medio de una campaña de marketing que tiene lo suyo de problemática no sólo por el sexismo, también por el colonialismo. Finalmente las minorías decidieron no esperar y hacer visibles sus causas y, al no poder silenciarlas, supongo que las editoriales decidieron sumarse.
En tu trabajo académico, haces referencia a artistas que enfocan su trabajo en el cuerpo de las mujeres, en ese sentido, ¿cómo debe entenderse el cuerpo femenino como territorio de la violencia sistémica?
Hablaría de los cuerpos feminizados. Creo que sí, comparto con Silvia Federici y Rita Laura Segato el que los cuerpos de las mujeres son vistos como propiedades o territorios sobre los que se manifiesta la violencia sistémica, que es patriarcal y colonialista. Como a Sayak Valencia, me parece que en el cuerpo de las mujeres los hombres insertos en el capitalismo gore declaran, física y simbólicamente, la que suponen como supremacía. Ahora, las artistas que analice reconocen que no son sólo los cuerpos de las mujeres, sino todos aquellos cuerpos que están fuera de una norma binaria o que les parecen encajar con lo que determinan como cuerpos feminizados. Sin embargo, dentro del mismo arte feminista hay mucha potencia para comprender al cuerpo feminizado como algo mucho más rico; sea como un espacio habitable que una va descubriendo o como una noción colectiva de acuerparnos y acompañarnos. La idea de la cuerpa creo que tiene muchísima potencia, es sorora y sugiere resistencia a la misma violencia lingüística que nos han pedido aceptar por suponer que la lengua no es modificada por el habla.
Algunos de tus trabajos, me rememoran este término de “necropoder” que cita Cristina Rivera Garza, en su libro “Los muertos indóciles”. Con esto ella alude al poder que se gesta en estados de profundo terror y violencia, ¿cómo afecta esta realidad sobre todo en los cuerpos de las mujeres?
Es un gran tema, y me remitiría a la misma Rivera Garza. El necropoder nos afecta porque nos atraviesa, pero también nos limita. Vivimos con miedo. Durante las dictaduras el miedo lo experimentaba la población en general, pero creo que Marta Traba en Conversación al sur refleja muy bien el impacto del necropoder en las madres en Argentina y Uruguay. Y en relación con el cuerpo y maternidad el necropoder es todo un tema. El Estado establece qué podemos hacer, cómo lo podemos manipular y modificar (de acuerdo con estándares del deseo patriarcales), quién puede y cuándo puede decidir ser madre. En México es terrorífico, la forma en la que se exhiben los cuerpos de mujeres víctimas de feminicidio, que muchas veces son distribuidos a través de imágenes que la policía misma circula, manda un mensaje muy claro sobre qué tan despreciables y poco valiosos le parecen los cuerpos de las mujeres al sistema. En el proyecto que he estado coordinando con Celia de Hoyos, La lotería del miedo, lo que nos quedó muy claro es que las mujeres en México conocen profundamente la ley y qué se considera violencia de género, pero también tienen muchísima claridad sobre el necropoder. El proyecto lo hicimos a partir de una encuesta en la que preguntamos a mujeres mexicanas qué las hacía sentir miedo y algunas denunciaron conceptos que claramente revelan mecanismos de necropoder y de lo que Segato llama femigenocidio.
Asimismo, en tu trabajo haces referencia a las metáforas con las que podemos acceder a la violencia sistémica. Susan Sontag, en su ensayo “El cáncer y sus metáforas”, hace referencia al monstruo para nombrar al cuerpo enfermo. Bajo tu percepción, ¿se puede hablar del feminismo como un monstruo que siempre ha amenazado con destruir el sistema patriarcal?
Hasta que leo la pregunta me doy cuenta de que sí; justo es eso. Ahora siento fluir un montón de argumentos históricos, que obviamente debería explorar más, en los que cada vez que una mujer supone salirse un poco del sistema patriarcal es callada, censurada, desaparecida o castigada inmediatamente. Puede ser acusada de brujería o histeria porque lo que representa es una amenaza contra un sistema patriarcal.
Coméntanos un poco sobre tu proyecto colaborativo con Celia de Hoyos, “Lotería del miedo para vivir sin miedo”.
Es un proyecto que he disfrutado mucho realizando. Celia y yo empezamos a pensar cómo le hacíamos para ayudar a las mujeres en nuestro país, en México. Estando tan lejos, veíamos imágenes de las marchas, que siempre nos parecieron muy justas, y luego leíamos y escuchábamos a personas que cuestionaban o criminalizaban esta forma de protesta. Nos pareció que lo que habría que cuestionar es la violencia que vivimos las mujeres. Entonces, inspirada por prácticas artísticas como las de Cerrucha o Invasorix, decidimos apropiarnos de una tradición muy común en México (en la que más de una tarjeta muestra machismo) y rediseñarla para brindarles a las mujeres una herramienta de protesta que también es juego. El objetivo es favorecer la catarsis y que, si alguna mujer lo juega con su familia o amigos o amigas, le sea fácil explicar por qué estamos enojadas y sentimos miedo. Terminé de conceptualizar el proyecto en una laboratoria bellísima de la artivista mexicana Cerrucha. Aunque Celi y yo coordinamos el proyecto, no es nuestro. Primero, es de las mujeres que donaron sus respuestas; después, es de todos y todas las ilustradoras que quisieron donarnos su trabajo. Ha sido un proceso bien amoroso y sororo. Ahora queremos que otres la hagan suya: jugarla en otros lugares y recolectar conceptos de aquí y allá, generar discusiones y diálogos, fomentar las traducciones e incrementar la empatía.
Con respecto al performance como arte de denuncia, ¿por qué es necesario representar esta violencia haciendo uso de la violencia?
Para esta pregunta no tengo una respuesta fija. A veces creo que sí, que es importante mostrar la violencia; a veces creo que no. Era muy partidaria de la idea de meter la violencia a los museos. Al final, no es distinta a la violencia que se vive en las calles y, de alguna manera, creo que hace despertar a la audiencia. Pienso en la bandera ensangrentada de Margolles, por ejemplo. Cuando supe de ella, me pareció muy potente. Luego la vi en la Tate Modern. La bandera de mi país, ensangrentada y sucia. Terminé llorando. Tiempo después me di cuenta de que, como no hay nadie explicando de qué trata la bandera, los espectadores pasan rápidamente y lo único que ven es un estandarte. Además, entrar a un museo ya sugiere un nivel de presupuesto. Entonces, ahora me interesan –y creo que son más potentes– las intervenciones artísticas organizadas por y para comunidades en específico. No desestimo el valor del performance, ni la posibilidad de despertar a los espectadores por ese medio. Es, sobre todo, una preferencia personal la de explorar estas prácticas distintas. Después de sobrevivir el doctorado (todas las obras que analicé son súper pertinentes, pero el tema de violencia de género a veces es complicado) me encuentro urgida de encontrar proyectos más amorosos. Por ejemplo, el trabajo de Mónica Mayer, quien también ha trabajado con violencia de género, está lleno de cariño. Tiene un performance de abrazos que después de la pandemia creo que nos vendría bien a todos.
Para mujeres que –como yo– desean incorporar el performance a su propuesta escritural, ¿qué artistas, performance, poetas recomiendas?
Me sumo al deseo de participar en prácticas así. La escritura colectiva y ejercicios feministas narrativos creo que son bien valiosos. En primera instancia, se me ocurre Vivian Abenshushan, quien también tiene laboratorias de creación. Los poetas chicanxs que llegan con sus poemas y realizan performances/lecturas en taquerías porque ahí está con quien quieren dialogar también pueden ser una gran inspiración.
Finalmente, coméntanos en qué proyectos estás trabajando actualmente.
Estoy terminando proyectos y con más dudas que certidumbres. Seguiré el proyecto de la lotería, conseguir más conceptos e ilustraciones. Por otro lado, tengo dormida una novela que a veces despierto, pero entre pendientes abandono rápidamente. No me imagino sin dar clases, quisiera continuar, dando clases, pero de forma más horizontal. También tengo en pausa una memoria de mujeres ejemplares, que siento que ya hay muchas y seguro las venden, no me quiero meter a las prácticas de pink washing. Supongo que, de poder, volveré a tomar laboratorias feministas.
+Sobre Natalia Stengel Peña:

Natalia Stengel Peña es Licenciada en sociología. Asistente de investigación de la División de #GéneroyFamilia @CISAV. Área de investigación: género y literatura. Investigadora en King’s College London (Londres).
Links para seguir su trabajo: