Escribir un prólogo a esta edición que por primera vez Editorial Aquitania Siglo XXI hace de una obra de Félix Guerra, mi padre, es una tarea cuasi imposible. Para leer debajo de un Sicomoro se publicó en La Habana, en formato de entrevista en la revista Bohemia, por entregas, a comienzos de los noventa. Lezama estaba entrando en el limbo de los olvidados rescatados. Desde entonces se han dicho muchas cosas importantes sobre este diálogo sostenido entre los dos poetas, cuando Félix era todavía un escritor naciente y Lezama empezaba a construir el pedestal de la literatura cubana del siglo XX. Este libro lleva un prólogo y una introducción de mi padre y una extraordinaria antesala escrita por otro gran poeta, Roberto Manzano, para la última edición cubana. Ahí está la esencia, y luego el lector podrá adentrarse en sus páginas, de una vez, y para siempre.
Así que este no es un prólogo. Cuando puse la primera línea pensé, ¿es acaso un homenaje? Lo es, por supuesto. Pero es sobre todo mi necesidad de mantener ese diálogo interminable con papi, que iniciamos cuando yo era aún muy pequeña y él me llevaba cargada a la cama, para luego contarnos un cuento a mi hermano y a mí. Y así, todas las noches de aquella feliz infancia.
En esas noches yo me hice lectora, germen de la escritora de hoy. Mi viejo fue una compañía intelectual hasta el último momento: yo estaba haciendo un ensayo sobre Lezama y Paradiso para el posgrado de Letras y Filosofía de la UNAM, y le hice, sin saberlo, la última entrevista, tratando de rescatar lo que fue la reconstrucción de este libro que hoy presentamos por vez inaugural al mundo, fuera de la isla. Pero, todavía más importante que la guía ilustre por la literatura, cubana y universal, mi padre fue la llave a esa frontera indómita que acompaña a todo niño, que de descubrirse abre las puertas a los mundos alternativos, paralelos, o lo que ahora llamo el mundo propio, el que cada uno construye con sus armas y su poesía. El mío ha sido maravilloso. Por sus ventanas asoma aún la cabeza de mi padre pidiéndome que recite yo sus versos, porque me sale mejor.
Para él este libro fue decisivo en su carrera, en su poesía, en su proyección ante el mundo, en su filosofía de vida, con la cual, a poco más de un mes de su muerte, busco encontrarme. Mi deseo es que esta obra imprescindible de la cultura cubana y latinoamericana llegue a todos los lectores en cualquier rincón, a las pieles donde Lezama ha dejado grabadas sus eras imaginarias, y a los lectores nuevos que podrán además conocer a Félix Guerra.
Es imposible despedir este texto, que es darle la bienvenida a mi padre a esta otra forma especial de estar, sin decir que uno de mis mayores orgullos será siempre ser la hija de uno de los más grandes poetas que han dado las letras en español, aunque a la fecha tan poco se le conozca.
Enmiendo mi dedicatoria:
A mi padre, desde los ojos de la niña que un día fue Gabriela Guerra.
Octubre 2021