Varios meses atrás, recibí un mensaje de Rosa Ojeda. Tenía un poemario sobre amor y desamor y deseaba publicarlo en Editorial Unicornias, donde cumplo las funciones de editora y coordinadora.
Confieso que recibí con desconfianza este poemario, pero cuando me adentré en su lectura, me sorprendió esta voz novel, que hablaba sobre el amor romántico de una manera sincera, sencilla, sensible, pero que en cada uno de los poemas entregaba una emoción diferente. Esa desazón que nos azota a todas y todos los que nos hemos enamorado desde la inocencia, la fragilidad y la ilusión hasta rompernos en pedazos al entender que este sentimiento no es correspondido.
Mis manos tiemblan cuando dices mi nombre.
Me deslizo entre tus dedos como si mi cuerpo
fuera música que compones con tus latidos.
Soy el ritmo suave de tus besos
que caen como cerezas en mi boca.
De tu mano,
el amor es un viaje que no quiero terminar
a menos que el final
sean tus ojos mirándome
para un nuevo comienzo…
Ojeda, nos recuerda que, cuando iniciamos una relación, es fácil perderse en el espejismo del otro/a. Tan fácil amar con el corazón en la mano como deshojarnos en dudas hasta quedarnos vacíos.
Me pregunto si algún día me quisiste,
me respondo, cruel, como mi enemiga.
Siempre me hago daño…
Aún me ahogo en recuerdos,
y me aferro a la idea absurda
del amor que prometiste.
Sigo pensando en las afirmaciones falsas
en donde era el amor de tu vida,
por poco la luz de tus ojos.
Y,
aunque he tratado de huir de esas interrogantes
todavía me persiguen.
Es así que la autora nos entrega breves composiciones en las que nos recuerda cómo el desamor nos hace replantearnos a nosotros mismos. Sin lugar a duda, el estilo de Ojeda, nos recuerda a aquellos poemas de Elvira Sastre que nos hablaban desde la juventud, aunque con la experiencia de quien ha recorrido ese turbador camino: el de la decepción amorosa.
Mamá ha leído mis escritos…
Me abrazó y me pidió que escribiera
sobre algo que me hiciera feliz.
Y entonces le mostré una hoja en blanco.
Le dije:
Ando a la espera, no de
un final feliz, sino de ser feliz al final.
Johanna Jiménez, poeta ecuatoriana y lojana, autora del prólogo de este poemario, comenta lo siguiente: “justo cuando el hablante lírico ha tocado fondo, la poeta cambia la trama de los versos y dice… La protagonista se cansa, se aferra y vuelve a cuestionarse sin saber que solo está despertando de su utopía”. Y es justamente el sentir que produce la voz poética de Rosa con respecto a esta temática, esos “ires y venires”, en los que parece que, cuando por fin hemos olvidado el sentimiento, resurge y volvemos a caer en la trampa del apego, de la necesidad de afecto.
Mis amigos se cuidan de preguntarme por ti.
Les agradezco en silencio
aunque me siento como un pájaro herido
que no puede sanarse
de la tormenta que fuiste.
Quisiera que donde estés
al menos sientas una pequeña llovizna
y pienses que soy yo
superándote.
Y que te duela…
Sin embargo, la autora, en Amor tan desamor, no se detiene en la conmoción de la decepción amorosa, sino que ofrece a sus lectoras y lectores, el remedio para avanzar y convertir este dolor en experiencia.
Acaricio mi propia frente.
Me baño a la luz de las velas.
Escucho mi música favorita.
Me pruebo mi ropa consentida.
Disfruto de conocerme
me tengo paciencia.
Soy mi prioridad ahora
más que nunca.
No cabe duda de que Rosa Ojeda persigue el disfrute de la poesía sencilla y, al mismo tiempo, la identificación con esos sentimientos profundos que afloran ante los vaivenes del amor y el desamor. Ojeda es una poeta que escribe para quienes deseen encontrar sobre los versos, un lugar de refugio y acompañamiento.