Desde que nuestra civilización se extendió por la Tierra, los humanos hemos creado leyes, pactos, tratados, convenciones, medidas, políticas; hemos cultivado religiones e ideologías con el mismo ahínco, y hemos establecido, con ello, un cierto “orden” para “la mayoría”, sin olvidar “las minorías”. Y con minorías me refiero a quienes desean vivir su propia experiencia de vida, sin romper las leyes de otros, pero sin ser reos de un sistema normativo que no se aviene a su filosofía personal.

Este es, en mi opinión, uno de los grandes dramas de la referida civilización. ¿Otro?, nuestra incapacidad para reconocer que “las malas decisiones” que hemos tomado contra nuestro planeta, y contra nosotros mismos, responden a una condición humana primigenia: egoísta y extrañamente ambiciosa.

Es incomprensible que billetes y poder muevan al mundo, y no fuerzas heroicas como la belleza, el arte, la imaginación, la naturaleza o el amor. Mucho más redituables en el bienestar y la trascendencia de nuestras sociedades, en cualquier sentido que se vea. 

La identidad, la dignidad, la pertenencia, la patria son algunos de los conceptos con que la ambición y el poder nos atraparon, enclaustrándonos en visiones distorsionadas de lo que la vida significa. Lo digo por experiencia propia. Yo soy una emigrada, una transterrada, una mujer enfrentada al conflicto de la patria desde la matriz. A pesar de lo escrito en los últimos años, tengo mucho que decir sobre esto. Pero hoy, 29 de julio de 2021, mi intención es darle caudal a los riachuelos que corren despavoridos entre los tuétanos, a causa de la infame circunstancia a que hemos llevado el mundo que nos debía pertenecer, en el sentido amplio de la palabra “pertenecer”.

Salí de Cuba definitivamente en el año 2010, con un libro de Borges bajo el brazo, un diminuto atado de dólares, ganados en circunstancias extremas, metido en el sostén, temerosa de que me lo quitaran, y un volcán de miedos erupcionándome los intestinos hasta provocarles enfermedades “reales”. En Cuba me habían enseñado a tener miedo. De eso no se habla porque los temas de la supervivencia eran y son nuestro Lecumberri.

Los primeros cinco años pasaron marcados por la tristeza y la nostalgia, padecimientos físicos y sicológicos, angustias y sufrimientos, causados todos por la guerra que se libraba dentro, entre cómo yo veía el mundo y entendía nuestra presencia en él, y todo lo que nos habían obligado a creer. Los siguiente cinco años pude escribir, contar cómo pensaba y sentía, con todo y mis confusiones y errores…

La posibilidad de que lo vertido en obras de ficción toque a otros seres humanos de manera efectiva es mínima para el escritor. Todos tenemos verdades que decir, aunque las de unos no se parezcan a las de otros. Respetar este hecho crucial e irrebatible significa, al menos, una reducción en la violencia existencial a la que nos venimos acostumbrando.

Yo vengo de un hogar profundamente cubano, ancestralmente español y africano. La divinidad de los orishas es mi amuleto, lo mismo que el recuerdo de un abuelo que luchó contra las dictaduras neocoloniales y la presencia poética de un padre, que permaneció en Cuba porque cree en sus patriotas y poetas. El mío era un hogar amoroso y defectuoso como cualquier otro. De enfrentadas posiciones ideológicas, donde aprendí, no obstante, a respetar opiniones ajenas y a defender las propias. Del otro lado de esa frontera habita una condición apabullante para los terrícolas: la ignorancia, la intolerancia…  

Yo me siento cubana porque creo en la música y en la literatura cubanas; porque las primeras amigas con las que descubrí universos son cubanas; porque quiero a muchos cubanos, que están en Cuba, en México, en Francia o en el fin del mundo. Soy cubana porque para mí todos los mares huelen a Boca Ciega, y los atardeceres son los del malecón habanero. Pero doce años de autoexilio me enseñaron que lo fundamental nos acompaña, lo llevamos a cuestas o nos arma: la patria, el hogar, los nombres de quienes amamos, los sueños y la capacidad de crear. Y que todo por lo que estuve tan afligida en la isla o en los primeros años de la migración eran barrotes que alguien más, o yo misma, me impusieron.

Sesenta y dos años de revolución han deshilachado los principios del “hombre nuevo”. Mi cubanía no está ya presa de un terruño al que sus propios hombres han lastimado con tanta sangre primero y tanta hambre después. Hace unos días dijo en redes sociales Yomil, un artista cubano: “De tanta hambre nos comimos el miedo”.

A nuestros sistemas educativos, iglesias y gobiernos se les olvidó trazar estrategias y políticas para que el hombre aprendiera a pensar, y a sentir, por sí mismo. Nos estamos empobreciendo en las escuelas, en la ignorancia de los núcleos familiares y las instituciones que creen en quien provee y no en quien sueña y trabaja por una existencia apacible, honda, feliz y duradera. 

El miedo nos arrincona, nos aísla, no separa de la felicidad. El miedo nos hace esclavos. Y, por supuesto, no hablo solo del miedo de los cubanos a decir cómo se sienten y a defender el cambio: el de muerte por vida; el de patria por vida… Hablo de todos los miedos que nos atenazan y que de mencionar aquí nos llevaría demasiado tiempo y empobrecería la experiencia principal: reconstruir la belleza.

Hellena y Tassos, los protagonistas y narradores de Hellena de Todas Partes, son una mujer y un hombre aterrorizados del mundo, que desafían sus miedos para encontrar la única fuerza que puede salvarlos, el amor. Hoy, en medio de la pandemia; separada de mis viejos, de Agnès, de tantos seres queridos; dolida hasta los sueños por la precariedad de la vida en mi isla, exhausta de replantearme las preguntas más elementales, lo único que me interesa es que ustedes están aquí, que la literatura nos une, que la belleza existe y es accesible, y que el puente del amor atraviesa los vacíos del tiempo, la geografía, y nos acerca, a nosotros, a ustedes, a quienes hacen que esta Tierra empobrecida merezca el esfuerzo de que la reinventemos.   

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Gabriela Guerra Rey (Cuba-Mexico) Escritora, periodista y editora-cubano-mexicana. Es directora editorial y fundadora de Editorial Aquitania Siglo XXI. Aspirante a la libertad física, de palabra y acción. Isla vencida, emigrante eterna. Aventurera y respetuosa de los derechos del hombre, la mujer y la naturaleza. “El sentido de la vida está en la belleza… contemplarla es toda mi ilusión”. Escribe ensayo, narrativa y poesía. Sus cuentos son publicados en revistas de Latinoamérica y aparecen en varias antologías europeas. Imparte taller de Storytelling, Literatura y Escritura creativa. Es autora de: Monte y ciervo herido (divulgación científica, editorial Gente Nueva, Cuba, 2010) en coautoría con Félix Guerra. Nostalgias de La Habana, Memorias de una emigrante (crónicas literarias testimoniales-sello Südpol, Argentina, 2017). Bahía de Sal, Premio Juan Rulfo a Primera Novela (novela-Editorial Huso – España y México, 2017-2018 / editorial Qeja-Buenos Aires-2019). Luz en la piel, cinco voces de mujer (novela-Editorial Huso, España 2018). Los amores prohibidos de la muerte (antología de cuentos- Editorial Huso-España, 2019). Es antologadora junto a Mayda Bustamante de Los cuentos que Pessoa no escribió, antología que celebra el 130 aniversario de su nacimiento (antología iberoamericana de cuentos-Editorial Huso – España y Portugal, 2018-2019). Borges, el hombre que no sabe morir (antología de cuentos de ficción sobre Borges en coautoría con Froilán Escobar y Andrey Araya- Editorial Nueva Generación-Argentina, 2021). Hellena de Todas Partes (novela finalista de los premios Ciudad de Badajoz, España 2020- Editorial Aquitania Siglo XXI, México, 2021). El libro de los destinos inciertos (colección de cuentos, editorial Equidistancias, Reino Unido-Argentina, 2022)