Por Analía de la Fuente
Abro el miedo e ingreso a una dimensión de coros superpuestos. La voz allí se plegará a otras voces. Y los versos entonarán una sinfonía del dolor, del tránsito de la enfermedad en los cuerpos, del vagido que surge al renacer. Abro el miedo es un poema de iniciación, las aguas biográficas de la poeta se abren cauce en dos direcciones cuyo origen es el mismo.
Los versos rotos y dispersos de esta criatura textual se acercan cautelosamente unos a otros. Como partículas perdidas que reconocen una era anterior y común, una edad colectiva aún en la hostilidad de fuerzas que se repelen, estos versos heridos de cáncer se buscan. Porque a través de la herida podemos volver a nacer. Se trata de una cadencia que sabe que sin reunión no hay canto y que sin canto no hay vida posible sobre la faz de esta Tierra nuestra.
En moradas de miedo seremos parte de la metamorfosis que atraviesa su autora. La enfermedad ha buscado asilo en su cuerpo. Y el cuerpo de Teresa Orbegoso es una caja de resonancia poética, un artefacto musical, lenguaje sonoro excediendo los campos semánticos de nuestra lengua castellana, hurgando en nuestros dialectos de la América hispanohablante. Sí, efectivamente, Teresa Orbegoso está ahí dentro, en el poemario que ella misma escribe, transcribiendo su nombre, separándose de él, para verse atravesar su tiempo y sus circunstancias. Cómo alcanzar sino la experiencia del cáncer con palabras de este mundo. Cómo adentrase en el cuerpo, en su temperatura y sus emociones, en sus escozores y espasmos, sin que la primera persona de la enunciación aparezca protagónica, paciente, en su doble acepción, llena de voces que la acompañan en el tránsito hacia un porvenir por lo menos inquietante. Adentro de este libro vive Teresa Orbegoso. Y Teresa Orbegoso existe, como existen también su Perú natal, lacerado, lastimado, sobreviviente, y su América latina, no muy distinta al Perú que la habita, toda ella recorrida por distintos matices de lo culturalmente sumergido. Adentro de este libro habita también el punto de quiebre o de inflexión en el que Teresa Orbegoso será testigo, escucha y protagonista de su enfermedad. Su cuerpo devendrá otro. Y con la transformación del cuerpo renacerá su voz. Una voz que, habiéndose comprendido a sí, se atreverá a ir un poco más lejos, tratando de capturar, con ojos y palabras fieles, el reino de este mundo, sudaca y latino, este mundo maravilloso en el que la realidad supera las ficciones, como podrían recordarnos García Márquez o Alejo Carpentier.
Imagen
En los recorridos que Abre el miedo nos propone podemos encontrarnos con un sistema de imágenes concéntricas. El espacio de la imagen es el cuerpo paciente, un cuerpo de mujer dolida por sus sentidos. Es el cáncer el que logra conversar con ese cuerpo, alertarla, hacerla presente. El cáncer es, en ese caso, un aquí y un ahora potente. Observa detenidamente lo que es: nos ofrece las imágenes-mundo que sacuden preconceptos, comodidades, rutinas. El cáncer potencia los sentidos de Teresa Orbegoso y la poeta puede cantar lo que sus tímpanos crecientes le anuncian tras la primera muerte.
La primera persona de la enunciación nos brinda entonces postales de su mundo, múltiple, hundido o estelar, viajero o vernáculo. La poeta ve el vínculo que une a su tierra y a los países que la hospedan con ese otro mundo que solemos escribir y emular con mayúsculas. Somos testigos, en su canto, de los términos desfavorables que el intercambio con el viejo mundo tiene para nosotros. Porque este libro y sus postales configuran un acto irremediablemente político y poético. Nada de lo que aquí se lea podrá desprenderse de su tiempo. Nada.
Habrá una biografía familiar con padres y esposo, con abuela y hermanas; un país de origen; la tristeza del continente autóctono; habrá lo enfermo y lo pobre, lo olvidado de nuestras geografías. Al abrir el miedo, la poeta abre el espacio de su era, logra verse como parte de una civilización atrapada en redes que vienen de antiguo. Y sabe contarnos los avatares de cada cultura y cada atropello por dentro de nuestra historia. Orbegoso recorre el arte y la hostilidad, los crímenes de los opresores, pero, también, los de los oprimidos. No hay en su voz totalitarismos dicotómicos. Tampoco la hipocresía de tapar el bosque con el árbol. Su voz es compleja, sagaz, como las escenas que la habitan.
Ritmo
El único modo de renacer es cantando. Teresa lo sabe. Es por eso que su experiencia del cáncer nos trae estos versos que oscilan entre el miedo y la enfermedad, atravesando la guerra cotidiana que significa vivir en nuestras coordenadas.
Y entonces entona las verdades de nuestra tierra. Recopila noticias de épocas diversas, aspectos de nuestra idiosincrasia, texturas y aromas de nuestra cotidianidad siglo XXI. Visitaremos el hogar, asistiremos al trabajo, recorreremos la urbe y la vida campesina, podremos oler las batas blancas dentro del hospital, o escuchar las maquinarias de la medicina, atravesar poéticas del mundo entero, percibir cada uno de nuestros órganos vitales, ser testigo de dominios y sumisiones, cursar nombres, silencios. El poema habita lo terreno. Consciente. Concentrado. Lo absorbe desde el cuerpo del cáncer hacia el cuerpo del canto. Para romper cada uno de los significados que integran nuestros cuerpos. Para empezar a aprender quiénes somos, quiénes queremos ser y qué haremos para alcanzarnos.
Concreción
Una vez traspasado el descenso de la poeta hacia los abismos de su cáncer, sabemos: cantar es posible. Existimos. Nuestras circunstancias existen y somos capaces de pronunciarlas. En este mundo de tinieblas, somos capaces de resquebrajar lo que es. Del canto nacen los miedos de lo real (es la realidad, la que, en nuestro canto, teme). Cantamos para acercarnos a lo posible.
Procese cada quien su enfermedad como Teresa Orbegoso ha atravesado el cáncer: renaciendo. Deviniendo hacia ese camino único que tiene que ver con nuestra huella en el reino de este mundo. Busquemos ese lazo inigualable que es síntesis de nuestro vínculo con cada bocanada de aire, con cada segundo de milagrosa existencia. Rompamos el tiempo y los tiempos. Seamos plagando de imagen y ritmo nuestros días. No nos quedemos en las grises maquetas que nos proponen las máquinas. El tic tac del reloj no nos pertenece. Abramos el miedo. Y todo lo que debamos abrir hasta sanar.
Analía de la Fuente nació en Buenos Aires en 1978. Es profesora de Castellano, Literatura y Latín y magíster en Escritura creativa.
Desde 2018 integra el grupo de investigación poética Palimpsestos UnTreF, coordinado por María Negroni.
Es mamá de Eva (7), Lucía (6) y Juana Inés (2).
Crédito de la foto: María José Minatel