del hallazgo súbito…
Somos capaces de visualizar la palabra una vez nos ha tocado; es decir, una vez que prevalece como una imagen atemporal y con carácter urgente se hace con nosotros. Hay alguien que enuncia y algo que es enunciado que se diluye y comienza a formar parte de nuestro paisaje interior. En este proceso de desautomatización del tiempo, Fernando Mañogil (Alicante, 1982) se detiene y elabora el mundo originario del poema. La Musa y el silencio (Devenir, 2019) constituye esa voz de la emergencia; «Ojo, oído, sonido y sentido enmadejados, eso es el poema» (Jose Luís Vega, 2014).
La musa, en la retórica clásica, es concebida como germen inspirador que procura el nacimiento artístico; en la lírica contemporánea va mucho más allá, configurándose como aquella idea magna que va enhebrando el discurso hasta que es mencionada. El aire requiere de su invocación, de su cáliz durmiente: «Yo no pido ser tu esclavo literario, / no me pidas que te escriba sin querer, / lo único que se me ocurre es que te endioses / o me digas que te vas para no volver» (Con permiso de la musa); los versos de este poema inaugural nos sitúan en la ambigüedad estilística y conceptual que sostiene la metáfora. La musa es provocación, es desafío, concita la enunciación del pensamiento con el silencio de la observación y la creación.
Los poemas están distribuidos en dos bloques temáticos que fraccionan el título y a la vez le proveen de unidad: La musa y El silencio; aunque aparecen en este orden, sea cual sea el punto del poemario en el que nos situemos, podemos invertirlo. Ambos están tan hermanados que podemos vincularlos de cualquier manera y acaban siendo igual de compatibles y allegados.
Objetivizar formalmente el valor natural de las cosas es una característica que sobresale del conjunto: «Se perdió la luz del día infinito, / los astros en la cola del paro / ajenos a las traslaciones siderales, / carcomidos por los dinteles de las puertas, / que se cierran de portazo» (Tus curvas); «Cuando ya no quede el humo lúgubre del féretro / y formemos parte del carbono eterno» (Levitando por las puertas de Ganges).
La ilusión sobre la imagen visionaria es potente y habla de una realidad cuyo cuerpo podemos moldear cual arcilla: «Los tejados cubiertos de moho / son los mejores aliados del tiempo» (Los tejados). Casi es posible percibir el movimiento de las palabras, oír el latido de su propia muerte. Así se elabora también todo el sangrado metapoético que emana de la lectura y que encontramos de manera concreta en poemas como Metapoema: «Y sigo escribiendo algo nuevo / que viene a ser lo mismo que lo escrito».
«He tomado la decisión súbita / de despoblar mi mente» (La lista de la compra). La totalidad del sentimiento compartido transforma su irrealidad en un gigantismo cósmico (Carlos Bousoño, 1977). Visualizar la preconsciencia y la creencia en que las ideas pequeñas van configurando nuestro mundo es un elemento preeminente en las composiciones de Mañogil. Siempre nos queda algo que alumbrar que a su término formará parte de nuestro silencio, de nuestra sombra y de la extraña tarea de pensarnos: «Después de todo y ya sin nada, / solo quedan los caminos antes habitados» (Después del sol).
Fernando Mañogil Martínez (Almoradí, Alicante, España, 1982). Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y profesor de lengua castellana y literatura en educación secundaria. Ha publicado hasta la fecha los libros de poemas: Del yo al nosotros (Sevilla, 2010), Viento en contra (Madrid, 2015) y Volver, una selección de sus poemas entre 2013 y 2018. También ha realizado un trabajo de investigación sobre las relaciones poéticas entre César Vallejo, Gonzalo Rojas y Juan Gelman.