“La carta” (Eduardo Ramírez)
“Pay de limón” y “Belleza en cautiverio” (Adriana Curiel)

“La carta” de Eduardo Ramírez
Cerró la puerta y bajó los tres escalones. En la sala, la familia no paraba de gritar y maldecirse sin pudores. El sonido de los objetos que volaban de un lado a otro le dio una idea muy clara de qué estaba ocurriendo. Su rostro esbozaba una pálida sonrisa mientras rompía la carta que traía en la mano. Total, sabía que era falsa.
“Pay de limón” de Adriana Curiel
Un griterío la obligó a deslizar pasos lentos hacia la ventana. Con una mano temblorosa se acomodó los lentes. Pudo ver cómo una pareja de camilleros trataba de calmar a una niña, quien se resistía a entrar a una cápsula plástica donde finalmente la metieron para trasladarla al hospital. Reconoció el cabello crespo negro que solía despertarla los domingos para venderle pay de limón. La misma que se apuraba en ayudarle a cargar la compra hasta su departamento.
La ambulancia partió dejando a la madre de su pequeña amiga aullando en la calle sin consuelo. Caminó despacio hasta la cocina, abrió con dificultad el cajón de las veladoras. Tardó más de lo habitual en prenderla. Cataratas inundadas de tristeza le impedían ver el pabilo. Resopló por el dolor de espalda y se sentó en el reposet de la sala donde rezó hasta quedarse dormida. Despertó a media noche envuelta en sudor.
Podía recorrer el departamento con los ojos cerrados; sin embargo, se sintió perdida cuando entró al pasillo. Un túnel plástico la encapsulaba. A medida que avanzaba la puerta de su cuarto se alejaba y el tubo se cerraba hasta dejarla sin oxígeno. Tropezó con sus pantuflas y cayó lentamente a un abismo sin fin.
Golpes y gritos provenientes del piso de arriba la sacaron de la pesadilla. Se levantó aliviada. Mientras buscaba el reloj de pulsera en su mesita de noche, el timbre sonó con inhabitual insistencia. Se apresuró a responder. La ligereza de sus pasos la hizo detenerse por unos segundos. El dolor de la espalda también había desaparecido. Abrió la puerta y ahí estaba Camila con su pay de limón.
—¿Ahora tú me vas a cuidar? —preguntó sonriente la niña.
“Belleza en cautiverio” de Adriana Curiel
No recordaba cuándo había comenzado a sentir temor por mirarse directamente a los ojos. “Tonterías de niña”, se decía. Ahora era muy hábil para admirar su belleza en cada reflejo sin hacer contacto visual. Lograba evadir su propia mirada, aun cuando se depilaba las cejas.
Sabía que su estatura sería una limitante para convertirse en modelo, aunque todavía podría ser influencer. Aprovechó la cuarentena para grabar su primer tutorial de maquillaje. Confiada, acomodó un iPad de forma que capturara su mejor ángulo. Tapizó el tocador con una colección de sombras, brochas, delineadores y demás accesorios, todos obtenidos a cambio de buenas calificaciones.
Al colocarse la pestaña postiza, sus pupilas se encontraron por un instante con sus equivalentes en el reflejo. El susto fue tal que impactó en el pecho como un choque eléctrico.
—¿Vieron eso? —preguntó sonriente a la cámara.
—Yo también te vi —respondió su reflejo.