“Síntomas” y “A la vera de un fuego” (Luciano Walter)
“Soliloquio” (Arturo García Caudillo)

“Síntomas” de Luciano Walter
El folleto hablaba de tos seca, fiebre y ausencia de gusto. Esto último me preocupa, hay algo raro con mi paladar. Sí disfruto del almuerzo. No sé si sea correcto decir “almuerzo”, he perdido el rastro de las horas. Pero saboreo la comida y miro cada bocado antes de llevármelo a la boca. Con tanto día, he vuelto a cocinar sano y elaborado. Tampoco echo en falta el sabor durante ¿la cena? Es decir, como si tengo hambre, ajeno al reloj y su mandato. Hace unos días, después de leer una poesía, quise desayunar. Bueno, confieso mi ignorancia, quizás no es lo que hice: no desayunaba cuando iba a trabajar.
El caso es que estoy muy preocupado. Lo presiento, hay algo raro con mi paladar. Lo sé porque este encierro me sabe a libertad.
“A la vera de un fuego” de Luciano Walter
Ensimismados, con los ojos extraviados de los que frente a una fogata se disponen a enfrentar la noche, había cuatro jóvenes sentados en corro.
Sofía propuso algo, pero nadie quiso colaborar con semejante estupidez. Su arenga, cargada de sobreactuado entusiasmo, incitando a los demás a identificarse con una fruta, fracasó. El repentino crepitar de un gran leño húmedo pareció sumarse a la negativa y los grillos tomaron el protagonismo del momento.
El atávico fuego, anclaje ígneo afirmado en el lecho del oceánico subconsciente. Cómo no caer subyugado ante su calor, ante el pretérito instinto del abrigo y el nutritivo alimento. Tales fueron las reflexiones, con ínfulas de diatriba, que tras el silencio general compartió Ignacio sin abandonar la hipnótica coreografía de las llamas.
Bobo; amorfo ñoño de cuarta, pensó Martín. Tendría que haber leído menos y corrido más. Lo que es esa panza, la cara marcada: parece una luna. Qué cómico hoy cuando conté el chiste de “padece un osito”. Monstruo peludo, ¿para qué mierda lo habrán invitado? Me jodieron el trío. Los campamentos son para coger, boludo. No para suspirar y mirar las estrellas.
Sofía, presa de un inesperado idilio, no prestó atención a nada de lo dicho. Los delirios afrodisíacos de su incipiente erotomanía, que la venían acosando hace largo tiempo, cambiaron de protagonista. Las continuas peleas entre el “primo feo” de Ana y el “adonis descerebrado” de Martín, la enfriaron en detrimento del último, que hasta ese día, había sido objeto de sus eróticas fantasías. Miraba las cáscaras de los gajos que se iban chamuscando a medida que Ana, después de succionarles la jugosa pulpa, las arrojaba a la pira de colillas y latas de cerveza. Cítricos hilitos iridiscentes marcaban sus comisuras. Sofía jamás deseó tanto ser una naranja.
“Soliloquio” de Arturo García Caudillo
Me pregunto si debo ser como soy… y respondo con evasivas.
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