Hace tres días me duele la panza. Bueno, hoy es el cuarto.
Tengo un dolor muy parecido al que tuve hace tres años, cuando me internaron por una inflamación en el bazo que nunca supe producto de qué fue. Recuerdo los días anteriores: los pasé casi sin comer, con fiebre y muy decaída.
Esta vez, es igual. Me duele mucho la garganta. Estoy desganada, cansada, como si todo el tiempo necesitara dormir y me duele mucho, demasiado, diría que justo abajo de la costilla pero tal vez no es justo ahí.
Al gato le gusta amasarme la panza, y yo, en un gesto de amor absoluto se lo permito. Me duele, pero necesito de ese amor porque me siento enferma. Hace un año, recuerdo, me volvió a pasar, igual que ahora: falté a la psicóloga y al psiquiatra, dejé las pastillas dos días y todo esto que cuento tuvo, por supuesto, consecuencias. Pero igual esa vez salí a la calle con Pedro, y cuando volvimos me di cuenta de que, para colmo, estaba indispuesta.
Hoy también estoy menstruando. Ya no digo indispuesta porque ¿indispuesta para qué? Le doy vueltas, igual, y pienso que indispuesta sí, un poco, para la vida. Es mucho el dolor en el útero y en el cuerpo todo, puede ser que indispuesta pero no voy a ceder ante mi contienda de llamarlo menstruación.
Mucha gente me preguntó qué onda en estos días. No es normal que yo no toque el celular en absoluto. Cuando lo agarré, me enteré de que mañana sale en libertad Fabián Tablado, que asesinó a su novia de 113 puñaladas, leo que lo están escrachando y me hace mucho ruido, porque el tipo, guste o no, ya cumplió la condena que tenía que cumplir.
Pensaba que un poco vivir en la desinformación está bueno, te rompe menos el corazón, pero igual estoy releyendo Un cuarto propio, de Virginia Woolf, y las similitudes en torno al patriarcado y a las mujeres que escriben tantos años después también son descorazonadoras.
Digo, ahora podemos firmar lo que escribimos con nuestros propios nombres, tenemos, algunas, la suerte de tener un cuarto propio, pero ¿qué más? ¿quién se arriesga a publicarnos?
Pienso que tal vez nunca nadie logre cambiar el mundo. No lo sé, igual habrá que seguir con las pequeñas acciones, intentarlo aunque cueste, porque una vez que la venda es arrancada de los ojos, no hay vuelta atrás.
El otro día me acosté en el pecho del Negro.
Tengo miedo, le dije.
-¿de qué?
-Del mundo.